No tenemos duda en nuestras mentes, que en cuanto a la esencia de su ser, Jesús fue Dios, y que la vida manifestada en el Dios-hombre en su espíritu, alma y cuerpo, nunca tuvo principio. “En él estaba la vida”. Juan 1:4. “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo.” Juan 5:26.
Sin embargo, el Hijo de Dios fue verdaderamente el Hijo del hombre. Esa humanidad real fue posible, porque el Hijo de Dios, siendo igual al Padre “se despojó a sí mismo” para nacer al igual que nosotros, vivir como nosotros, morir como nosotros, para ser perfeccionado y convertirse en nuestro Salvador y en nuestro Sumo Pontífice, misericordioso y fiel.
El acto de despojarse a sí mismo tiene una relación distintiva y necesaria con su vida de oración. Jesús de Nazaret no fue una personalidad doble, es decir, Dios y hombre, de tal manera que su deidad fuera expresada aparte de su humanidad; de igual forma, su naturaleza divina nunca fue reprimida para que su naturaleza humana encontrara expresión en él. Por un acto de su voluntad, Cristo dejó a un lado el ejercicio de los atributos de Dios en él, y mediante un misterioso proceso se desenvolvió totalmente en el plano de la vida humana. Si todas las cosas hubieran sido reveladas a su conciencia, la oración y la fe, le hubieran sido innecesarias, y todo lo que leyéramos de su vida de oración, sería totalmente un acto superficial y fuera de la realidad. Lo que leyéramos acerca de sus tentaciones también sería fuera de la realidad.
Hagamos referencia a dos pasajes en Hebreos 5: 8-9; 2:10. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció, aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.” Estos versículos implican claramente la limitación del conocimiento, el aumento gradual del mismo, reconocimiento de la responsabilidad hacia otro, y una perfección final de su humanidad obtenida a través de una experiencia que lo capacita para ser “autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”. Esto implica también que el Hijo de Dios en su humanidad, pasó por un proceso de adquisición de conocimiento, de aprendizaje de completa sumisión a la voluntad del Padre a favor de la nueva raza de la humanidad redimida, de la cual él era la cabeza Principal. Esto está en pleno acuerdo con las referencias a su crecimiento en Lucas 2: 40-52.
Para llevar a cabo este proceso de perfección, Jesús dependió de la Palabra de Dios, a la cual aludió constantemente en sus enseñanzas, y en la cual señalo referencias de sí mismo. Ver Lucas 24: 25-27. “Como en el rollo del libro está escrito de mí” vea: Hebreos 10: 5-9. Su vida de dependencia hizo de su oración un elemento muy importante. En todas las actividades de Cristo, sus milagros, sus enseñanzas, el Calvario. Fueron hechos mediante la capacitación del Espíritu Santo. Hechos 2:22; 10: 38.
Nuestro gran Ejemplo: Cristo es un ejemplo por el cual podemos regular cada fase de nuestras vidas por medio de la imitación. Siendo él un ejemplo, es también el único que demostró con su vida cómo pueden alcanzarse esos principios y niveles. De manera que el Seño Jesucristo nos anima y capacita a poner en práctica su ejemplo.
Como hombre, Cristo supo la necesidad y el valor de la oración y la comunión con el Padre. El fue el exponente perfecto, completo y único de la vida de fe, sin la cual “es imposible agradar a Dios”. Hebreos 11: 6. Jesús se convirtió en el autor y consumador de la fe, al cual debemos mirar para obtener gracia, ánimo y fuerza para enfrentarnos victoriosamente a las tribulaciones, que él mismo predijo que tendríamos en nuestro progreso hacia la meta de madurez espiritual. (Continuara)