sábado, 3 de septiembre de 2016

CONCLUSIÓN DEL SERMÓN : Si empezar bien es importante, no lo es menos terminar bien y terminar a tiempo. Hay predicadores que no encuentran la manera de terminar y divagan repitiendo exhortaciones de carácter más o menos semejante, hasta que el público, en lugar de sentirse conmovido por tales llamamientos, sólo desea angustiosamente que el predicador ponga fin a su perorata. "Di lo que tengas que decir y termina cuando lo hayas dicho", es el consejo de todos los maestros en la predicación. ¿Pero cómo se tiene que terminar? MÉTODO RECAPITULATIVO Una de las mejores formas y más comunes es haciendo una recapitulación de los puntos principales del sermón. Esto no significa volver a explicar dichos puntos, sino simplemente mencionarlos para dar lugar con énfasis a un pensamiento final que será el llamamiento o exhortación. Esta clase de recapitulaciones suelen iniciarse con un: "Puesto que..." Supongamos que el sermón ha sido sobre: "Los privilegios del rebaño de Cristo", que tenemos en la página ? Una mención de tales privilegios, seguida de una exhortación de poner la fe en Cristo para poder gozar de los mismos, será una buena conclusión. Lo propio diremos sobre el bosquejo del Salmo 23 del que le sigue, que lleva por título «Lo que ganaos por la fe en Cristo». En cambio, el bosquejo «El poder de la oración», basado en Hechos 4 y 5, no permite una conclusión basada en los puntos principales, que son: "Calidad; la oración apostólica y resultados de la misma", habrá que buscar otra fórmula de recapitulación basada en los subtítulos y no en los puntos principales. Por ejemplo: "Si nuestras oraciones son definidas, tienen un motivo especial, si son unánimes con nuestros hermanos y hechas con fe apoyándonos sobre las promesas de la Sagrada Escritura, recibiremos, sin duda, los mismos privilegios y recompensas que obtuvieron aquellos discípulos: gozo y valor y, por encima de todo, el don del Espíritu Santo." La forma recapitulativa no es indispensable en todos los sermones. Podemos terminar también el comentario de Filipenses 4 diciendo: "En vista de los grandes privilegios del creyente y ante la realidad de las cosas que Dios nos ha prometido, ¿quién no querrá ser como el apóstol San Pablo? ¿Por qué hemos de serlo? ¿Qué nos hará desistir de tal propósito? ¿Será el temor a la pobreza o al menosprecio? Lo había sufrido el apóstol (vers. 12). Pero las riquezas de Cristo superan a cualquier pérdida y la compensan mil veces. No dudemos, pues, en entrar y marchar con paso firme por el camino de fe." En el bosquejo del gráfico la recapitulación se ciñe a las subdivisiones del punto II porque son las de carácter activo, o sea, las que dependen de la voluntad del oyente; dicha mención puede ser corroborada por una breve alusión a los resultados que se describen en las subdivisiones del punto III. Pero en otros bosquejos la recapitulación puede ser una breve mención de todas las divisiones principales del sermón. Jamás debe ser una mención de todas las divisiones y subdivisiones, pues resultaría excesivamente largo y perdería por ello toda fuerza y vigor, viniendo a resultar más bien una repetición del sermón, lo cual debe evitarse a toda costa. VARIEDAD Y VIVACIDAD La conclusión no debe ser estereotipada y monótona. No hay nada que produzca peor efecto a los oyentes que ver que el predicador se inclina a leer las palabras finales del sermón. Se le dispensará al predicador la necesidad de mirar al bosquejo en otras partes del sermón, pero la conclusión es el punto culminante de su mensaje, y es en este momento cuando el predicador ha de hablar con la mayor solemnidad o el mayor ardor, según la naturaleza o carácter del sermón. Es entonces cuando su corazón ha de desbordarse de tal modo que el auditorio sienta que el predicador está, no leyendo unos pensamientos escritos en su oficina, sino, bajo el impulso del Espíritu Santo, tratando de hacer penetrar la palabra en los corazones. Por esto hay que evitar, en este momento más que nunca, el pronunciar frases vagas y de poco sentido. Todo predicador ha notado que generalmente hay más facilidad de expresión al terminar el ser­món, pero de ningún modo ha de confiarse a su facilidad de palabra en ese momento solemne y de­cisivo. Tiene que llevar algunas frases bien estudiadas, que concreten el mensaje y lo hagan incisivo en el corazón de los oyentes; sin embargo, no debe imitarse a éstas. Si el Espíritu Santo le inspira nuevos pensamientos expóngalos sin temor, pero cuidando de que no sean simples repeticiones de lo ya dicho, sino pensamientos tajantes, más fuertes que todos los usados en el curso del sermón y penetrantes hasta partir el alma. Evítese la excesiva extensión. La conclusión nunca debe exceder de unos pocos minutos. Es difícil fijar cuántos de un modo exacto, pues depende del carácter del propio sermón; pero lo que debe evitarse es que sea la conclusión en sí misma un nuevo sermón en miniatura. Tampoco debe ser una repetición de lo dicho en otros sermones. Hay predicadores que en cada conclusión usan argumentos muy similares como el de: mañana podría ser demasiado tarde para aceptar a Cristo. Está bien que en cada sermón se haga énfasis sobre la necesidad de tomar una decisión inmediata, pero si las frases son estereotipadas e idénticas para todos los sermones, el predicador se hará muy pesado y el público temerá verle llegar al final, por el fastidio de escuchar lo que ya se sabe e memoria. LOS LLAMAMIENTOS No queremos terminar sin decir una palabra sobre la cuestión de los llamamientos. No estamos en contra del sistema cuando el ambiente es propicio el predicador tiene la convicción de que hay entre el auditorio "oyentes maduros", es decir, con bastante conocimiento del Evangelio para comprender en el paso que van a dar, faltándoles solamente la decisión. En tales casos el llamamiento puede ser una verdadera bendición del Cielo para tales almas, pero insistir e insistir hasta provocar decisiones inmaturas de personas que ignoran los principios esenciales del Evangelio, además de ser insensato para el predicador, puede resultar en perjuicio de tales almas, ya que tales personas pueden venir a considerarse convertidas por medio de un acto mecánico que no afectó su corazón y que nada tiene que ver con el nuevo nacimiento. Es verdad que algunas veces estos oyentes, acudiendo a los cultos, llegan a comprender más tarde aquella fe que profesaron inconscientemente, pero también puede ser motivo a algunos para que dejen de asistir a los cultos, avergonzados por las burlas de sus compañeros no convertidos, ya que no existe en ellos fundamento sólido para saber defender su fe y llevar el oprobio de Cristo. Y en otros casos pueden dar lugar al en­durecimiento, en un falso concepto de conversión, siendo causa de que se introduzcan en la iglesia miembros no regenerados. Recuerdo el caso de una persona a la cual felicitaban los creyentes por haberse levantado manifestando aceptar a Cristo, la cual respondió: "No, yo no entiendo de estas cosas, pero me daba lástima aquel pobre señor que nos pedía que nos levantásemos con tanta insistencia." Evitemos tanto la frialdad como los excesos en este momento solemne del sermón; pues ni la excesiva insistencia ni la gritería extremada son señales evidentes de la inspiración del Espíritu Santo. Es al final, más que en otro momento del sermón, cuando debemos movernos enteramente bajo su santa influencia; dejémonos, pues, conducir por El, pero recordando que el Espíritu Santo jamás ha inducido a nadie a empalagar a la gente, sino que es su gran propósito y objeto llevar las almas a Cristo, o, por lo menos, dejar en ellas tan favorable impresión que vengan a ser inexcusables si no se convierten. Se ha dicho con verdad que una conclusión fastidiosa puede significar una piedra de tropiezo para el corazón mejor impresionado por el mismo sermón. Es preferible que queden los oyentes con deseos de oír más, cuando el sermón ha sido bueno, que no que las buenas impresiones recibidas se borren por una inclusión desafortunada y desastrosa.

No hay comentarios: